sábado, 19 de agosto de 2017

Cómo se puede prever el fanatismo destructivo, cómo anticipar el resentimiento y el odio indiscriminado en el rostro de un muchacho de diecisiete años que mira la pantalla de su teléfono móvil y se hace él mismo una foto y después la cuelga en la red, como cualquier muchacho de diecisiete años. Dónde vive agazapada la amenaza, dónde levantamos la frontera de la sospecha y del miedo, dónde los estandartes de la intransigencia.
En las últimas horas me visita a menudo la escena vivida hace unos días en Roma, en la línea de tranvía entre Trastevere y Colosseo, cuando en el asiento de atrás un joven de apariencia árabe murmuraba sus rezos con las manos abiertas, el dorso sobre los muslos, y los ojos entornados, en trance. Me recorrió el pensamiento una leve inquietud -mi hijo y mi mujer estaban conmigo- que solo respiró de alivio en el instante en que el individuo, tras incorporarse, saltó a la acera.

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