viernes, 4 de agosto de 2017

De un taxista que te cuenta su vida en cinco minutos a otro que no manifiesta ningún signo de humanidad en veinte. Nunca sabremos qué es peor, qué nos incomoda más como usuarios. El gremio del taxi no conoce término medio.
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En el aeropuerto me sorprende la cantidad y la variedad de cuerpos tatuados que circulan por el mundo, una moda que cuando yo era un crío solo se practicaba en ambientes zafios, barriobajeros, sin pedigrí ni estilo.
En la ciudad, lo más llamativo es la globalización (léase idiotización) digital, la ineludible necesidad de fotografiar y enviar todo, a menudo autoincluyéndose uno mismo mediante la ortopedia del palo que alarga la mano y activa el mecanismo ultranarcisista de la imagen inmediatamente compartida.
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Al menos en mi caso, el viaje y la lectura no son actividades compatibles. Me temo que la escritura al modo tradicional, con cuaderno y bolígrafo, tampoco.
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En el cielo no hay cobertura.

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