sábado, 2 de septiembre de 2017

Me releo en los escritos italianos de agosto y me pregunto cómo habré podido redactar -con la exigida coherencia, con alguna pizca de sentido- en una pantallita ya anticuada de teléfono móvil, apuntando cada letra del minúsculo teclado con la yema del índice, equivocándome y volviendo sobre los renglones imposibles, y luego acertar con todas las conexiones, las intrínsecas y las extrínsecas, las textuales y las extratextuales, los fallos de la ignorancia y los fallos del sistema, para conseguir al fin que mi botella y su mensaje fueran engullidos por el ciberespacio, ciertamente infinito. En ocasiones, las palabras que traía embastadas en la memoria se me derramaban con fluidez, sin afectación, ligeras; pero otras muchas se me emponzoñaba la idea o se me resistían los criterios del mecanismo o se apagaba la luz misteriosa de la página sin haber guardado nada, y tenía que renunciar. Hubo intenciones que se quedaron en poco más que eso, notas crípticas que aún aguardan su hora en el anacrónico tintero. Pronto diré más.

No hay comentarios: