martes, 14 de noviembre de 2017

Cuando intuyo o se me desliza una idea y me dispongo a escribirla, mi indeterminación para someterme al molde de un género empieza a ser antológica. Un microrrelato que ya en la relectura percibo como una especie de poema o como un engendro híbrido, a medio camino entre este y aquel; un poema que desde los versos iniciales me susurra que extravió su gracia y que bastaría prolongarlo en el renglón para que dijera más como cuento o como página de un diario; un relato que en el instante mismo de terminarlo se postula como inicio de novela o tal vez como cierre de una trama más ambiciosa; un presunto novelón varios años madurado en secreto, curtido de anotaciones sobre ambientes y personajes y peripecias que, de repente, un día cualquiera, se me derrumba como un castillo de naipes y apenas hallo pulso para componer ocho o diez folios esenciales. Ya no sé si es el género el que no quiere conciliarse con la idea o si es la idea -tan soberana ella, tan orgullosa- la que prefiere no transigir, no someterse a los dictados del género. Me gustaría saber si a otros también les pasa, o si se trata de una de esas enfermedades que se catalogan como raras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que no habría que preocuparse tanto por el género porque distrae de la idea. Dejar crecer la idea...sin trabas, supongo, encaja la idea en el género( seguir la idea hasta que se agote sin que pareciera que nada más importa)
Enfermedad rara?. El "don" más común del género humano: inseguridad. Si atendemos a su demanda, nos hace evolucionar, crecer o solo sobrevivir, si no la atendemos y/o la rehuímos... acaba engullendonos. Si a éste síndrome le añadimos una pizca de rebeldía insumisa... nos encontramos con que es una enfermedad común.