viernes, 29 de diciembre de 2017

Alguien saldrá una tarde en busca de un obsequio para alguien, un obsequio premeditado o no, y al poco rato habrá entrado en una superficie comercial del centro y sopesará en sus manos dos o tres libros de cierto grosor, pensando acaso en los gustos del destinatario, y al final se irá con uno de ellos hacia la caja más próxima y dirá que sí, que se lo envuelva para regalo, por favor. Pero de regreso, por la calle, recordará que aunque se ha tomado la molestia de ir a buscarlo, en realidad lo han pagado entre dos para regalarlo a medias, y que no es corriente ofrecer un libro sin una mínima dedicatoria que inmortalice la ocasión. Así que, en presencia del socio comprador, despegará el papel con cuidado de no rasgarlo y en la primera página, con tinta azul y trazos ágiles, escribirá: "15-Enero-2004. Esperamos que te guste y que te recuerde a nosotros. Muchos besos y feliz cumpleaños. Te quieren". Debajo, las dos firmas ilegibles. Lo envolverá de nuevo y, no sabemos con cuánta celeridad o inminencia, llegará el 15 de enero de 2004 y con gran cordialidad se le hará entrega a alguien que ese día sumaba un año más a los que ya tenía.
El ejemplar de El mundo de ayer -Memorias de un europeo- (El Acantilado, 2003) lo hallé hace poco, impecable, expuesto en un rastrillo solidario para ser vendido por cuatro euros. Lo adquirí sin pensarlo, en parte por ayudar a la causa y en parte porque últimamente me interesan mucho ciertos diarios y ciertas autobiografías, máxime si se trata de un escritor de vida tan azarosa y muerte tan romántica como las de Stefan Zweig. Pero no vi las palabras premiliminares dibujadas a mano hasta varias horas más tarde, y fue entonces cuando me embargó un resto inaudito de melancolía: melancolía por la persona que casi catorce eneros atrás recibió el libro y quizás un par de abrazos y los besos, melancolía por ese alguien de quien todo lo ignoro, de quien nada sé, ni siquiera si lo leyó, ni siquiera si le gustó, ni siquiera si aún sigue en este mundo. Melancolía.

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