miércoles, 31 de enero de 2018

Disputa entre un túnel y un puente, en formato escrito de diálogo, a ser posible con aclaraciones narrativas. Cada cual esgrime sus razones para considerarse mejor que el otro, más útil a la sociedad, más apreciado. Si el túnel presume de atravesar kilómetros de montaña o de eludir ciudades enteras bajo tierra, el puente se vanagloria de facilitar el acceso por encima de valles o de ríos amplios. Si uno le reprocha al otro peligro de claustrofobia, el aludido lo acusa a su vez de provocar vértigos y caídas trágicas. Si uno se declara cobijo de mendigos en las noches de frío, el otro se apropia el honor de salvaguardarlos precisamente de las inclemencias del tiempo. Aunque intentan encontrar puntos en común, no llegan a ningún acuerdo. Hasta que apareces tú (defínete como quieras, identifícate con lo que quieras) y aportas una perspectiva integradora, una solución consensuada.

martes, 30 de enero de 2018

El sospechoso, dirigida por Robert Siodmak en 1944 y protagonizada por Charles Laughton. La vi a finales de año, en el sofá de casa, discriminando al azar entre varios títulos antiguos; y esa misma noche anoté en alguna parte el propósito de escribir algo sobre ella, no una crítica sesuda -carezco de cultura cinéfila-, sino un simple apunte que expresara mi conformidad creciente con los clásicos en blanco y negro. Pero mientras pasaban los días se fue diluyendo el impulso, casi olvidé el encargo, y ahora que lo recupero vuelve también, sin esfuerzo, la sutileza de imágenes y rostros, la pulcritud de la trama, el desenlace postergado, el buen gusto. A veces, para reconciliarse con la verdad del arte basta remontarse unas décadas.

lunes, 29 de enero de 2018

Últimamente vivo en una como ausencia de mí. La vida discurre alrededor a tal velocidad que poco a poco se me evidencia más ajena, más banal que nunca, más inaprehensible para mis talentos aturdidos. Me cuesta emprender cualquier acción, y cualquier iniciativa o atisbo de proyecto nacen ya censurados por mi escepticismo y mi pereza. Todo se me antoja inútil o insulso, falto de verdad, innecesario. Noto que me arrastra la inercia de los tiempos, a veces zarandeado y a veces remansado, casi siempre remolcado, renqueante, a rebufo, sin otra vocación que sobrevivirme. Y a fe que lo consigo.

domingo, 28 de enero de 2018

No hay virtud sin memoria.
Retales para hilvanar unas memorias:
39. MI PRIMER LIBRO.

viernes, 26 de enero de 2018

Imagina que tus padres reúnen esta noche a toda la familia para comunicarle que han encontrado trabajo en un país cuya lengua ignoran, a varias horas de avión, y que es posible que permanezcan allí unos cuantos años. Ya han comprado billetes de ida para ellos y para ti (y también para tus hermanos, si los tienes). El viaje está previsto para dentro de tres días, en la madrugada del próximo martes. ¿Qué harías tú desde que conoces la noticia y hasta el instante de cerrar la puerta de tu casa, rumbo a lo desconocido? ¿Qué echarías en esa maleta donde no se admiten más de siete kilos de peso? ¿Qué es lo que más te dolerá dejar atrás, sin remedio? ¿De quién o de quiénes te despedirías y en qué orden? ¿Qué sentimientos imaginas?

jueves, 25 de enero de 2018

Papá, quiero un cuento de tu voz. Quiero un cuento de tu voz significa que no se lo lea, que lo improvise, que lo imagine para que pueda sentirlo como una primicia de la que, preferiblemente, él sea el protagonista.
Érase un cuento que nadie queria contar. Estaba todo el tiempo encerrado en su libro de pasta dura, escondido en su pequeño hueco de la estantería. No tenía amigos. Algunos comentaban que era triste o que asustaba mucho, así que nadie iba a buscarlo, nadie separaba sus hojas. Hasta que un buen día se le acercó un niño, lo sacó cuidadosamente de su sitio y observó con atención el dibujo de la portada. En ese instante al cuento le cambió la cara, se puso tan feliz que sus letras bailaban sobre las páginas y casi se echan a volar como mariposas. El niño se preguntó entonces por qué estaría siempre tan solo. A lo mejor daba miedo porque salían lobos malos o hienas rabiosas o monstruos de color verde. O a lo mejor es que no lo conocían bien. El niño avanzó y avanzó, vio ilustraciones de todos los colores y leyó una a una todas las palabras, y cuando alcanzó el final se le encendió una sonrisa: resulta que le había gustado mucho, que era un cuento tan bonito como los otros y que no tenían razón los que decían que daba miedo. Antes de dejarlo en su hueco, le prometió que ya nunca estaría solo, que muy pronto volvería para leerlo de nuevo y para presentarle a sus amigos.
Es indudable que Darío me inspira.

martes, 23 de enero de 2018

Algunas mañanas sacude mi pereza un verso exacto del que, al llegar la noche, apenas sobreviven briznas, ecos apagados, un remedo de prosa insostenible, una parodia. Lo memorizo al ducharme y al vestirme, me lo repito al preparar los desayunos, sigue acompañándome al dirigir el automóvil. Varios desarrollos se disputan mi atención en las primeras horas; hábitos e inercias se suceden sin que se borre por completo la inquietud. Pero a la tarde presiento una distancia: se ha extraviado el tono que creí tan próximo, se malogró la gracia espontánea de los signos, perdí el interés de consumarlos. Se diría que la jornada transcurrió como un paréntesis que lentamente va enturbiando la magia primigenia, amplio bostezo que se extingue sin mayores pretensiones.
¿Así la vida?

domingo, 21 de enero de 2018

"Olvidé por completo que tenía que escribir la página dedicada a este día y ahora no me acuerdo de lo que hice. Apenas conservo algunas ideas, fragmentos para pasajes de obras en marcha".
Qué rebuscado, para quien lleva un diario, tener que admitir en el propio diario que olvidó por completo que tenía que escribir la página dedicada a tal día y que ahora no se acuerda de lo que hizo, que apenas conserva algunas ideas, fragmentos... Lo hizo Fernando Pessoa un viernes 28 de febrero, hace más de un siglo, seguramente en la hoja de un cuaderno tan pudoroso y sombrío como su propio dueño. Y qué absurdo -para él, si levantara la cabeza y el resto de sus miembros- descubrir que alguien señala y registra aquella impronta de autodisculpa al cabo del tiempo, como si la forzara a propiciar algún mensaje oculto, algún designio; como si solo aquí se realizara el eco que justificará su olvido, la venganza póstuma de su desmemoria.  
Retales para hilvanar unas memorias:
38. LA CASA DEL PALOMAR. 

viernes, 19 de enero de 2018

Al saltar a los cuarenta, mientras vamos cumpliendo del cero al nueve todos los aniversarios que amenizan la década, todavía nos pertenece la ilusión de no haber alcanzado la mitad de nuestra vida. Pero solo una cifra después, ya abonados a la redondez simbólica del cinco con el cero, algo nos persuade de que acaso hace mucho tiempo que vivimos de vuelta, en el descenso, en la cuenta atrás, y es entonces cuando nos preguntamos por el año y por el mes, por el día y por la hora en que hubimos de cruzar -inadvertidamente, ajenos a ese giro impredecible- la exacta línea del ecuador. Nunca lo sabremos, no nosotros.

jueves, 18 de enero de 2018

Abro al azar. Me gusta. Lo transcribo:
6 de mayo [1903].- No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: solo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás solo me interesa si tiene relación conmigo.
Y también:
Jueves, 2 de noviembre [1922].- Nunca he tenido tantos gatos como en este momento, ¡45! El año ha sido espantoso en gatos abandonados o extraviados. Y no he recogido a todos los que habría podido coger. Hay, por desgracia, limitaciones como el dinero, y como el trabajo para mi criada.
Paul Léautaud nació, por cierto, un día 18 de enero, en París.

miércoles, 17 de enero de 2018

Recibo por mensajería el ansiado paquete con el Diario literario de Paul Léautaud (una novedosa edición en castellano, naturalmente reducida, pero que suma no obstante casi el millar de páginas) y Recuerdos y olvidos de Francisco Ayala, ahora en un solo volumen que ronda las setecientas. Los manoseo con mi antigua avaricia, ceremonioso, alternándolos en mi interés, interceptando en ellos pasajes escondidos que anticipan los gozos futuros. Serán mi autorregalo por el aniversario que se acerca.
Al caer la tarde me interno en un bazar chino, del barrio, y busco y encuentro una agenda sencilla de 2018. Me he acostumbrado a llevarlas conmigo, casi como un amuleto, y no he sabido renunciar -este año tampoco- a la garantía de su buena memoria y a la esperanza de sus hojas vencidas. Como si la posesión de un espacio en blanco donde poner citas y eventos, donde destacar determinadas fechas y después tacharlas, pudiera asegurarle a uno la victoria sobre unos plazos, el espejismo de un pacto anual de supervivencia.  

martes, 16 de enero de 2018

Las horas galopan sobre el lomo de los días y estos van dejando atrás su estela infecunda, su reguero de fechas borradas en lo alto de la pizarra. Pronto será mi aniversario, la suma implacable que ajusta sus cuentas de enero a enero, todos los eneros de mi vida. Parece que fue ayer cuando tomábamos las uvas del cuenco de la mano y nos felicitábamos por la irrupción del nuevo año, y ya transcurrió la noche de los reyes magos y se extinguió su misterio y volvimos al bostezo de las clases y nos sorprende la víspera de san Antón. Un poco extrañado, como si se supiera ya inoportuno -perfecta imagen de la desidia o de la dejadez consciente o de cualquier otra excusa-, aún permanece en la sala el arbolito cargado de adornos, completamente ajeno a nuestros hábitos domésticos. Si se le da su tiempo, todo acaba engullido por su ración de anacronismo. Todo.

domingo, 14 de enero de 2018

Retales para hilvanar unas memorias:
37. EL ORO DE LOS PADRES.

sábado, 13 de enero de 2018

Galdós vivió setenta y siete años, de 1843 a 1920. A la edad de veintisiete publicó La fontana de oro, su primera novela, y luego otros treinta y un títulos más, a los que hay que añadir los cuarenta y seis de los Episodios nacionales, esto es, un total de setenta y ocho durante medio siglo de trabajo. Las cifras arrojan una media de tres volúmenes de ficción narrativa cada dos años; sin contar, claro, los devaneos teatrales (muchos son adaptaciones ulteriores de sus propias tramas novelescas), los ensayos y apuntes autobiográficos (Memorias de un desmemoriado), los artículos periodísticos y cuentos. Alineados en sucesión vertical, sus lomos ocupan una parte más que generosa de cualquier mueble doméstico. Se documentó en hemerotecas y bibliotecas a las que había de desplazarse físicamente, ajeno a las facilidades imperiosas y los extravíos inmediatos de internet y de las TICs. Y todo, dicen, lo escribía a lápiz, ya que por alguna razón no le gustaba la pluma. No le dieron el Nobel, pero su imagen circularía, al tiempo, en los billetes de mil pesetas. Se mantuvo soltero.

jueves, 11 de enero de 2018

Una de las prerrogativas menos censurables del escritor de éxito -e incluso del prestigiado y glorificado- es el admitir que nunca relee lo que escribe y publica, quizá porque de tal modo manifiesta su superioridad, su suficiencia altiva, su necesidad de pasar página para poder pensar en otra cosa; o quizá porque entiende que su público incondicional ya es dueño soberano de sus mundos de ficción, de sus aciertos y desaciertos, así que para qué. Gabriel García Márquez rizó el rizo de las vanidades al mentir diciendo que no solo no releyó, sino que, de no ser su autor, tampoco hubiera leído Cien años de soledad, porque él no solía leer best-sellers.
Yo, sin duda porque no tengo éxito ni público, sí que hojeo de tarde en tarde -a veces con sonrojo y penitencia, a veces no- algún ejemplar que amarillea entre aquellos libros míos, y lo hago al amparo de la añoranza, para recobrar ciertas ilusiones de juventud, tratando de resucitar el aliento morboso de aquellos signos originarios que se creyeron inmortales sobre la planicie de un folio en blanco.
Me acerco al Libro ciudad (premio Vicente Gaos, editorial Renacimiento, etcétera) y recuerdo versos que son versículos y que rezuman todavía una indómita vocación sentenciosa, y los rescato aisladamente para mi regodeo, y noto que siguen siendo yo, todavía yo...
"In principio fue una especie de tiniebla o de sombra acechanza de la ausencia del ser o del ser-nada eco sordo de un silencio imposible insoportable o tan solo la carcajada profundísima de un dios inveterado que hace planes por desgracia cualquier plan es de futuro";
"Todo lo que escribes hoy es ya estiércol de ayer seca mierda que olerás mañana con la pompa precisa de los grandes momentos";
"Aquí me quedo aquí me acabo parapetado como un dios dimisionario en el postrero día de la semana";
"Ese tipo de ahí es el boceto exacto de mi rostro futuro puedo trizarlo ahora puedo trizarlo puedo";
"Hoy es casi noble si escribes por ejemplo que no has muerto esta tarde de muerte natural";
"Un hombre solo no es solo un hombre apena la multiplicación de su pereza":
"De repente todo es como lluvia que salpica en otro patio".

miércoles, 10 de enero de 2018

Por motivos de trabajo, vuelvo a Réquiem por un campesino español, una novelita de Ramón J. Sender que nos leyó en clase de segundo o tercero de BUP mi entonces profesora de Lengua y Literatura, una tal Ana Graciá, mujer de carácter a la que treinta y cinco años después imagino felizmente jubilada junto a su marido en una casita del Altiplano.
Apenas recordaba la historia, el desarrollo estructural que anuda la evocación sucesiva del párroco; sin embargo, el impacto seco de los nombres de los personajes -Mosén Millán, Paco el del Molino- emerge de lo más profundo de mi cerebro y me remite a aquellas sesiones ya olvidadas, dentro de aquel aulario de paredes rocosas que algún edil improvisó en los bajos de la plaza de la iglesia. Doña Ana leía y leía, no sé si para castigar nuestra impaciencia quinceañera o para inocularnos el gusto definitivo por la lectura de los clásicos, pero lo cierto es que algunos alumnos nos pasábamos la hora lanzándonos bolitas de papel, indiferentes, ideando cualquier gracieta o perdidos en elucubraciones que trascendían la buena fe de la profesora. Ella, a veces, se frenaba en mitad de un párrafo y nos miraba con gesto inequívoco por encima de sus gafas de leer.
Aunque hoy nadie lo sospecharía, en esa época tuve que ser un alumno bastante incómodo.

martes, 9 de enero de 2018

Puntual como un reloj, como el destino, me he apostado en el cruce de vías de Santiago el Mayor y he esperado al hombre, al personaje de carne y hueso cuyo argumento es un misterio para mí. Y ahí ha surgido, impenetrable y conciso, fiel a su estela de sombra vertical bajo el frío. Qué alivio.
Darío ha cogido la costumbre de venir de madrugada, más o menos sobre las tres, y susurrarme muy cerca, en mi lado de la cama: papá, pipís. Tras atenderlo y arroparlo, me quedo un rato dando vueltas, acurrucado en el silencio, rozando peligrosamente el insomnio. Entonces pienso: ¿soy real y lo escribo, o escribo para serlo? Cuando me despierto, con el toque de alarma de las seis y media, las palabras siguen en mi conciencia.

lunes, 8 de enero de 2018

El error fue pretender escribir una novela abasteciéndome en tan amplio porcentaje de materiales del recuerdo. Ahora comprendo, al cabo, que hubiera sido más práctico y sensato acotar y articular lo vivido y presentarlo como lo que fue, como una memoria, y sobre esa base facilitar las transiciones narrativas echando mano de algún guiño o licencia, de alguna concesión a la imaginación. Nadie lo sabría; pero, dada la sutil truculencia de los hechos, cualquiera lo acabaría leyendo como novela.

domingo, 7 de enero de 2018

Pasa la tarde de un día domingo, pasa el primer fin de semana de un año par, pasan las vacaciones escolares y pasan con ellas las reuniones previsibles, los anhelos de intimidad frustrada, las citas aplazadas, lo que quiso ser y lo que no se atrevió o no supo o estaba escrito que no fuese.
Yo, que he avanzado poco y mal por mi galería de borradores, de proyectos malogrados o estacionados y de inéditos restituibles, me atrinchero tras la pantalla del portátil y, como una pitonisa en trance, pongo las manos sobre las teclas. Ya es noche cerrada y se respira el silencio de la casa, una calma que parece desmentir los trasiegos y los atropellos que nos llevarán de aquí para allá desde muy temprano, mañana y los días sucesivos.
Este diario -quién me lo iba a decir hace una década, cuando lo inauguré con alguna disputa de conciencia, como si traicionara la verdadera vocación- es ahora el penúltimo reducto, el inesperado testigo de mi incertidumbre, el medidor de mis reservas de constancia, mi fortaleza.
Retales para hilvanar unas memorias:
36. UNA TESIS.

viernes, 5 de enero de 2018

Siempre tuve, desde muy pequeño, la dolorosa conciencia de la fugacidad, el pánico de lo efímero. Evoco un periodo, entre los seis y los diez años, en que me era insufrible imaginar no ya la muerte de alguno de mis abuelos, sino el periplo de soledades sin retorno que su muerte inauguraba, la caída en esa especie de agujero sin fondo que habrá de ser el abismo. Ya en esa época necesitaba fechar y retener en un bloc de cuadrícula, como un notario, lo que me iban deparando los días. Temía perder los datos, la verdad tangible, el triunfo de las primeras veces, lo vivido en suma; y la esencia escurridiza del tiempo encontró poco después en el lenguaje, en los signos escritos, un buen modo de resarcirse del olvido que acecha, una tregua razonable. De ahí, quizá, mi tendencia natural a la confesión poética y al registro memorioso, antes que al dispendio de evasiones que suele procurar la ficción, la mera ficción. Las palabras prolongan el recuerdo, lo corrigen, y también, sin duda, lo sobreviven: nos sobreviven.
Los espejos que nos miran con afán obsesivo al salir de casa o en el hueco del ascensor, los escenarios urbanos o campestres que se van insinuando a nuestro paso, la tentación de posar para uno mismo, la docilidad del artilugio que continuamente se esgrime en la palma de la mano, el envío inmediato y masivo con un simple golpe del índice. He aquí otro gran logro de la alta tecnología digital: la socialización del narcisismo.

miércoles, 3 de enero de 2018

Estar activo -para un artista- significa existir en un estado de alerta permanente, en una tensión proclive y duradera, ebrio siempre de estímulos, infatigable censor de distracciones. La dedicación exclusiva y la entrega generosa -para un artista que no alcanza a vivir de su talento- equivalen a un oasis de felicidad, a una dicha caprichosa que no encontrará apoyos ni complicidades, sino la indiferencia consciente, el recelo pasivo o, peor aún, la más insidiosa de las denuncias: la que lo acusa de egoísta. Ahora bien, si logra vivir de su talento, entonces tal vez todo se le perdone.

martes, 2 de enero de 2018

Ayer escribí un poema que hoy estuve retocando y que acaso mañana me termine de convencer. O no, quién lo sabe. De dónde viene el rapto y a quién van destinados unos versos sigue siendo todavía un misterio para mí. Si lo supiera, dejaría tal vez de acechar la ocasión, de indagar luego la palabra exacta, de torturar mi cerebro con mil alternativas por una sílaba de más o de menos, de sentirme en plenitud mientras lo escribo. Un juego, el juego solitario de hacer versos...

lunes, 1 de enero de 2018

No hay cultura sin sensibilidad. Lo pensaba este mediodía, sentado en el sillón de la casa de los padres, mientras reeditaba el rito anual, inaugural, de seguir por televisión el Concierto de Año Nuevo que se emite desde Viena. Hay, de hecho, grandes inteligencias que en el trato cercano suenan huecas -doctores que aprendieron mucho, profesionales ilustres, especialistas en cualquier cosa-, pero que no prestan atención a la belleza simple del mundo ni saben rendir sus voluntades ante una obra de arte. En el espíritu verdaderamente culto habita un talento que nace o que se hace, una cualidad íntima que lo determina, una predisposición sensible.