jueves, 23 de febrero de 2017

La memoria se abastece de inducciones, aproximaciones, invenciones, revisiones y, en definitiva, desmemoria. Hay un proceso de conformación y aceptación de los diversos estratos del recuerdo, hasta alcanzar la que será nuestra versión definitiva. Es entonces cuando el pasaje rememorado se solidifica, deja de corregirse a sí mismo y acabamos dándolo por bueno, última rebaba de aquel instante sucesivo. Cuando ello ocurre habremos accedido a la madurez, y desde ahí nos lo repetimos y lo repetiremos invariablemente, casi con las mismas palabras, a veces incluso ante los mismos interlocutores. Es lo que a mí me sucede si pienso en la tarde o el anochecer del 23 de febrero de 1981, aquel histórico 23 de Tejero.

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